El Amor en Todos los tiempo


 

I El Principio

La Tierra se formó hace unos cinco mil millones de años y es un ser vivo. Lo ha sido siempre. Y como todos los seres vivos, la Tierra sufre convulsiones y cambios bruscos cada cierto tiempo. En sus etapas normales registra alteraciones esporádicas tales como congelaciones parciales, erupciones volcánicas locales, deshielos, inundaciones, reacomodo de sus placas tectónicas, hundimiento de montañas y surgimiento de islas. Como es sabido, la Tierra no se ha detenido nunca en sus movimientos de rotación y de traslación y, siendo uno de los componentes del sistema solar, tampoco ha podido sustraerse a los desórdenes planetarios que suceden de tiempo en tiempo. Dicen que en alguna ocasión cambió tanto la posición de su eje, que la estrella Alfa Centauro quedó prácticamente en el lado opuesto. Era antes una estrella Polar. Pero es de suponerse que fenómenos como éste han ocurrido otras veces, muchos miles de años antes de la que registra la tradición más antigua de los indostanos y de otros pueblos cuyas tradiciones guardan memoria de que el sol ha salido varias veces por donde antes se ocultaba.

Por estos y otros fenómenos, la Tierra ha pasado sucesivamente por etapas de enfriamiento y de sobrecalentamiento y lo que una vez se halla cubierto de exuberante vegetación, pasa a ser, miles o millones de años más tarde, zona gélida o inhóspito desierto, y viceversa. Estos mismos cambios han dado lugar a formas de vida diferentes y a organismos que se ven obligados a adaptarse a cada ecosistema. Es válido suponer que cuando el cambio ha sido demasiado brusco, las formas de vida y organismos que logran sobrevivir sufren, a su vez, modificaciones a veces aberrantes, de las que surgen seres monstruosos y entes repulsivos. Puede ocurrir también que ese cambio sea beneficioso: en el período pérmico, que comenzó hace 220 millones de años y tuvo una duración de veinticinco millones de años, los peces desarrollaron la cola de abanico que les permite desplazarse direccionalmente y con mayor rapidez. Antes de esa mutación sus movimientos eran torpes y lentos. En otros casos, la especie simplemente desaparece.

Dice F. Clark Howell que “El hombre existe desde hace dos o tres millones de años .pero no siempre ha sido el mismo. Como ocurre con otros seres vivos, el hombre evoluciona hacia un mejor desarrollo físico y mental y aunque lleva más de un millón de años sobre la Tierra, al principio no tenía la forma que ahora tiene. Sin embargo, antes de seguir adelante es muy importante dejar claramente establecido que el hombre no desciende del mono. Como algunos científicos entendieron equivocadamente de la teoría darwinista sobre la evolución de las especies. No vamos a negar un parentesco evidente, pero sí, rotundamente, la paternidad. Para ser justos y realistas, todos los seres vivos participamos de la misma naturaleza y los monos vienen siendo primos nuestros. Inclusive, para decirlo pronto: algunos de ellos son más inteligentes y sensatos que nuestros amigos y conocidos.

Los monos, por ejemplo, han sabido desde siempre cuál es el terreno que pisan, en tanto que nosotros, los dizque humanos, tenemos la cabeza llena de confusiones: hace apenas dos siglos que los pensadores discutían entre sí, unos negando y otros afirmando la posibilidad de que la mujer tuviera alma; Galileo fue obligado por la Inquisición a retractarse de sus propios descubrimientos científicos y a retirar su apoyo a las teorías de Copérnico; Cristóbal Colón murió convencido de que había encontrado otro camino para llegar a la India y jamás se enteró de que había descubierto otro continente; Calvino quemó vivo a Miguel Servent porque consideró como herejía su descubrimiento de la circulación de la sangre; la iglesia católica excomulgó a Martín Lutero porque éste denunció la simonía y las supercherías de algunos clérigos abusadores; también excomulgó a Hidalgo por encabezar la revolución independentista de México; en nuestros días, estando ya a las puertas del siglo XXI, millones de personas de mentalidad sencilla aún creen en el diablo. Hace cien años, los clérigos obligaron a Eugenio Dubois a encerrarse en él mismo y a esconder el cráneo del Hombre de Java, porque su descubrimiento echaba por tierra la versión de que la humanidad entera desciende de Adán.

El hombre primitivo ignoraba la existencia del diablo y de Dios, pero temía a los fenómenos de la naturaleza porque le resultaban incomprensibles y porque no sabía cómo defenderse de sus terribles defectos; pero esto fue ya en el paleolítico porque, en el verdadero principio, los primeros seres no sentían el calor, ni el frío, eran transparentes y podían flotar; poseían una extraordinaria capacidad de percepción y la más pura inocencia. No tenían que alimentarse ni eran víctimas de ninguna de las pasiones que a nosotros nos atormentan. No conocían el sexo. Los seres primitivos eran muy diferentes a aquellos a quienes nos describen los hombres de ciencia en sus “audaces” teorías. Ninguna de ellas abarca suficiente imaginación para tocar siquiera la punta de la verdad, una verdad que era ya conocida por los sabios maestros de la India y del Oriente Medio, y que se muestra velada en algunas obras al alcance de investigadores metódicos y de buena fe, inspirados por un propósito sano de encontrar al Dios anterior al Verbo.

En tanto que el mundo, la Tierra, tiene cerca de cinco mil millones de años de existencia, la antropología y la arqueología se instalaron como ramas del conocimiento humano hace apenas dos siglos; y debe tenerse en cuenta que las primeras décadas fueron muy accidentadas y titubeantes. Las investigaciones realizadas hasta ahora prueban que el hombre primitivo tal como lo conocemos ahora, es el resultado de un proceso evolutivo realizado a lo largo de cientos de miles de años, desde una condición francamente de bruto.

Hyman Levy, refiriéndose al hombre primitivo y desde el limitado punto de vista de la ciencia moderna, basada exclusivamente en lo comprobable y experimentable, dice que “La cultura empieza con las más tempranas fases de la vida consciente sobre la tierra. Al sobrevivir, los hombres primitivos ‘aprenden de la experiencia’ y lo aprendido, pese a su inexactitud, era ya un saber. Intentemos describir al hombre primitivo que vivió hace unos 500,000 años…Los más antiguos eran menos brutos, agrupados en pequeños núcleos familiares para defenderse del hambre y la inseguridad, que habitaban las cavernas y bosques frondosos y se alimentaban de peces, pájaros, insectos y raíces. Difícilmente cabría distinguir en ellos el pensamiento del sentimiento…Con manos y garras cazaban los animales salvajes de la selva, pero eran más astutos que las bestias”. Ved como el sabio sólo usa su imaginación para exponer una teoría tan delicada; pero una imaginación muy pobre, por ciento; en diez líneas describe una historia del hombre que abarca cientos de

miles de años, desde la condición de bruto hasta que aprende a vivir en familia y a ser más astuto que sus compañeros de hábitat. ¡La historia de un millón de años! Como quien dice, el tiempo que tarda una mujer en arreglarse para salir a cenar, o para ir al teatro.

Es más, mucho más inteligente e imaginativo el autor de las líneas que siguen: “surge aquí una importante pregunta: ¿Son las razas presentes de la humanidad simples proyecciones dentro de las actuales, o son idénticas (o casi idénticas) a las razas que vivieron en el pasado remoto? ¿Las razas que nos describen ahora los antropólogos, han existido siempre en más o menos la misma forma? (Collier´s Enciclopedia. Vol.2, página 306).

Paleontólogos, antropólogos, arqueólogos, biólogos, historiadores y otros hombres de ciencia, están de acuerdo en que el hombre gregario ha existido sobre la faz de la tierra por lo menos durante medio millón de años; y es fácil imaginar que antes de éste vivió el nómada solitario y dueño apenas de una mente elemental, totalmente desprovisto de lenguaje y de habilidades para garantizar su propia supervivencia, obligado a disputar su comida con los animales y con otros hombres tan primitivos como él mismo.

Podría decirse que la Tierra acaba de estabilizarse, porque hace apenas sesenta millones de años que tiene la forma y distribución de tierras y aguas que nosotros conocemos; y eso, más o menos, porque en el paleozoico comenzaron las grandes glaciaciones que terminaron en algunas regiones geográficas hace unos diez o doce mil años. En el ínterin, hubo tremendos cataclismos provocados por desórdenes cósmicos, por alteraciones orbitales en el sistema planetario, por la demasiada proximidad de un cometa, o por los cataclismos que sacuden periódicamente al globo terráqueo, provocados por la precesión de los equinoccios o por el reacomodo natural de las masas superiores o inferiores del planeta. Si existió la Atlántida (y nosotros creemos que sí), debe haber sucumbido a uno de estos cataclismos, lo mismo que otros continentes y otras civilizaciones. Sería tonto y muy presuntuoso suponer que con esta humanidad comenzó y terminara el mundo, teniendo a la vista restos de otras culturas y de otras civilizaciones. A lo largo de tantas decenas de miles de años, deben haber surgido y una vez surgido su tiempo, desaparecido muchas civilizaciones y estilos de vida que nosotros ni siquiera somos capaces de imaginarnos. Por algo se dice que este es el quinto sol y nosotros la quinta raza, de siete que han de completar el ciclo de esta humanidad que comenzó hace un millón de años o, hace medio millón de años. Leamos la opinión autorizada: “Es casi seguro que ha habido otras especies humanas además del hombre moderno (Homo Sapiens), que han tenido una cultura. Se sabe más allá de toda duda, que el hombre de Neandertal fue culto, en el sentido antropológico de la palabra. Aún más, es muy probable que el aún más primitivo hombre, el “Pitecántropos”, alcanzó una cultura simple. Algunos antropólogos están convencidos de que esto mismo puede aplicarse a estos humanoides todavía más primitivos, de los que no sabemos nada, los “australopitecos”, del sureste de África. Por lo tanto, hacer un estudio de la cultura puramente, como un aspecto del estudio del hombre, tal como éste se concibe por la palabra “Antropología”, es, para empezar, un error2.

Y más adelante: “Tal parece que el hombre de Java es más viejo que el hombre de Pekín; pero no estamos seguros de la edad de cada uno, aunque ésta puede fijarse probablemente entre 400,000 y 500,000 años.

“La distribución conocida de las creaturas pite antropoides se ha extendido en años recientes por el hallazgo conocido como Atlantropo, en Trernifine, cerca de Orán, en Argelia, y por otro hallado en 1962 en Kenya. Hay también otros pocos fósiles que pueden ser finalmente reconocidos como pite antropoides, incluyendo el llamado “Hombre de Heidelberg”, cuya quijada completa fue encontrada cerca de Maurer, en Alemania. De confirmarse todos estos hallazgos, podrían demostrarse que el Pitecántropo ocupó una amplia extensión sobre la tierra, y probablemente podrá asegurar su posición como un ancestro del hombre moderno”. (Collier´s.Vol 2.p.300).

Los restos del hombre de Java fueron encontrados por el médico holandés Eugene Dubois, en octubre de 1881, precisamente en la isla de Java, que hace miles de años estuvo unida al continente y formaba parte de Sumatra. El Hombre de Pekín fue hallado en las Cuevas de Chou Kou Tien, cerca de la capital de China, por el equipo de científicos encabezado por el doctor en Geología, Davidson Black, de origen canadiense. Los otros miembros del equipo eran: el doctor Franz Weidenreich, de Alemania; el doctor Roy C. Andrews, de los Estados Unidos, y el doctor Byrgir Bohlin, supervisor de campo. Su hallazgo tuvo lugar el 2 de diciembre de 1929.

Y confirmando lo que decíamos el principio acerca del parentesco, escuchamos otra opinión autorizada: “Sinantropo (el hombre de Pekín) fue un ser humano muy primitivo, no en eslabón entre simios y hombres”. (Evolución, Time-Life, p.134).

Luego incluye al hombre de Java y tras de señalar que ambos “conocían el fuego”, asienta: “Estos antepasados no eran lo que sus descendientes esperaban, sino seres rudos, primitivos y de frente estrecha. Pero caminaban como hombres, eran inteligentes y prosperaron hace cientos miles de años. Eran hombres, no formas de transición entre ellos y los demás mamíferos”. (Evolución, p. 136).

Hay que vaciar la memoria…Es necesario borrar todos nuestros conocimientos. Es indispensable despojar nuestra mente de toda noción de cosa, de objeto, de idea… No sabemos nada…no conocemos nada… Nada pueden decirnos…nada podemos comunicar. Se nos olvidaron las palabras. No sabemos hablar. La Tierra está casi vacía. Hace poco recomenzó la vida. Todo está quieto.

No sopla el viento…Ningún ruido se escucha…Reinan la soledad y el silencio… el más completo silencio, en la mitad del día.

¿El tiempo? No existe…Aquí sólo hay espacio…dilatado…amarillento…etéreo.

Unos cuantos mezquites…aguazales…esos matorrales y este risco…aquella nopalera entreverada de magueyes. Todo lo demás: llanura inmóvil, silenciosa y reseca, como una gran costra gris con algunas rocas negruzcas a ras del suelo; un pedregal yermo hasta donde alcanza la vista hacia todos los rumbos. Por aquí se respiran todavía, a veces, leves residuos de los gases venenosos resultantes de las últimas erupciones volcánicas, ocurridas hace pocos años.

Entre el mezquital y el risco, junto al aguazal sin salida, casi ciénaga, un hombre devoraba a puñados los frutos del mezquite, con huesos y vaina. Era un hombre cobrizo, musculoso, de ojos oscuros y estatura regular. Estaba desnudo.

Doscientos cincuenta millones de años atrás según cuenta Octaviano Cabrera Ipiña en su Historia de San Luis Potosí, este territorio, junto con la mayor parte de lo que es hoy la República Mexicana, emergió de las aguas por última vez y comenzó a estabilizarse muy lentamente. Por su parte, Vito Alessio Robles deja bien establecido con documentos elaborados por científicos estadounidenses, que del actual territorio mexicano lo único que sobresalía de las aguas a fines del jurásico y principios del cretácico, era una península formada por lo que es actualmente casi todo el territorio de Coahuila y una franja que correspondería a toda la porción este de Chihuahua. Todo lo demás quedaba bajo las aguas del mar de Tetis. El hombre que comía mezquites movíase torpemente, aunque erecto. Tenía el pelo largo y apelmazado. No usaba pintura en ninguna parte del cuerpo. Miraba a su alrededor como un animal desconfiado y toda su actitud era de un bruto. Su cuerpo entero estaba cubierto de mugre. Hacía muchos días que vagaba por aquí, a donde llegó solo, huyendo de la temperatura gélida de los deshielos del norte. Es el único sobreviviente de su pequeño grupo. Después de comer se ha echado en un hueco de peñascal, con el cuerpo encogido y un pedrusco en la mano. Ha tomado el arma por instinto, pues no sabe todavía discurrir. Ahora se ha quedado dormido y no se oye el más leve ruido en muchos kilómetros a la redonda.

A media tarde lo despertó un ruido de lucha y tardó mucho rato en darse cuenta de lo que ocurría: un lobo hambriento atacaba a un potrillo que seguramente fue sorprendido cuando bebía agua de la gran charca. Finalmente sucumbió el potrillo y el feroz lobo se puso a comer. Ya ahíto, arrancó todavía un buen trozo de pierna y llevándola en el hocico se perdió entre los matorrales.

El hombre esperó un buen rato hasta asegurarse de que el lobo estuviera bien lejos. Luego salió de su escondrijo y comenzó a comer ávidamente. Estaba en la etapa lenta, casi satisfecho, cuando escuchó pisadas de caminantes cansados, casi desfallecientes, que no podían verse porque venían detrás del peñascal, pero en cuanto asomaron por un lado del risco olisquearon la comida y se reanimaron hasta el punto de correr y precipitarse sobre los restos del potrillo. Nadie pareció reparar en la presencia del hombre solitario, aún sólo al principio hizo algunos movimientos como tratando de proteger su comida. Había para todos.

Los recién llegados venían también del norte, como a su tiempo lo hizo el solitario. Eran ocho o diez entre hombres, mujeres y niños, pero no actuaban como una familia, sino como un grupo de salvajes unidos por el instinto de la protección mutua. También ellos estaban desnudos y sucios, con el cuerpo cubierto por las costras del polvo del camino y grietas en la piel, producidas por el quemante sol. Los cabellos largos y sucios, la piel morena y los ojos negros. No hablaban entre sí, pero emitían sonidos guturales y completaban la comunicación con gestos elementales. Sin embargo, eran seres humanos, aunque primitivos. Ya había terminado de comer, pero siguieron estando en cuclillas alrededor de los restos. Pardeaba la tarde cuando se miraron por primera vez a los ojos el solitario y una de las mujeres.

--Uug- pronunció él.

--Aaj- respondió ella.

--Oooeegh- agreguó el macho

--Hiiij´nc- asintió la mujer.

Al cabo de un poco más de “conversación” y torpes movimientos con las manos y los músculos de la cara, ambos se aparearon delante de los demás. Así era el amor-instinto entre hombres y mujeres primitivos, hace muchos miles de años...

¿Cuándo se humanizó el amor?

¿Cuándo dejó de ser un mero instinto animal para convertirse en una de las manifestaciones más bellas del alma?

“No es posible fijar la fecha de la primera aparición de la cultura. La más remota referencia en el tiempo es la aparición de la industria de la “herramienta-guijarro” en el sur y en el este de África. Y la que utilizaba huesos, dientes, cuernos y madera, en Australia. Dos clases de herramientas estandarizadas aparecen, quizás, hace 500,000 o más años, mientras que un tercer tipo aparece un poco después, en el bajo Paleolítico: es la hoja o piedra afilada. Herramientas de este tipo fueron encontradas en la cueva Niah, en la isla de Borneo, en un estrato geológico de hace 40,000 años según la prueba de carbono 14”. (Collier´s, Vol.II, página 313). Por su parte la Enciclopedia Británica señala: “Se cree que la vida en familia se inició durante el período musteriense, hace unos 70,000 años, como parece indicarlo los restos neardertalenses encontrados cerca de Gibraltar”. (Vol.12, Pág. 90).

Ya en el neolítico fueron domesticados por primera vez los animales y se cultivaron las primeras plantas. Es decir: se formalizó e institucionalizó la vida en familia. El amor entre los seres humanos. Pero nótese que sabemos casi nada de la presencia y los sentimientos del hombre primitivo sobre la tierra. Los arqueólogos, biólogos, etnólogos, antropólogos, historiadores y geólogos nos hablan de grandes civilizaciones antiguas cuyos principales centros estuvieron en Egipto, en Machu Pichu, en Teotihuacán, en Yucatán, en Guatemala, en Pompeya y Herculina, en las ruinas de Baalbeck, en Babilonia, en Roma, la India y Atenas. Otros sabios dicen que miles de años antes de que florecieran esas civilizaciones vivieron hombres con un alto grado de progreso y considerable cúmulo de conocimientos. Peor ¿Qué nos dicen los sabios acerca del Amor en tantas decenas, centenas de miles de años antes de nuestra cuenta actual? ¿Cómo era hace diez mil años? Continuará.

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