Modestos, Mircea Eliade



La más orgullosa, y su ambición no tiene límites. Nunca olvidaré la emoción con la que leí Pensamientos de un hombre como cualquier otro”, excelente libro del Padre Nicolás Iorga. Pero Hay, sin embargo, algo que no entendí: ¿por qué “un hombre como cualquier otro”? N. Iorga es – y lo sabe mejor que nosotros- un hombre excepcional.

Sin embargo, memorialista o moralista, se describe en todos sus libros como un pobre hombre, como un pobre sabio que intenta realizar algo en Rumania. Se podría creer, leyendo tales confidencias, que N. Iorga es tímido y modesto. Es todo lo contrario. Bajo la apariencia de la modestia, se esconden la conciencia de su genio y el orgullo que deriva de esto.

Alguien me decía.

-No soy orgulloso al punto de no conocer que soy un gran hombre.

Otro día me confió, después de haber escuchado los elogios entusiastas de un amigo:

-Soy modesto, me gusta mucho que se hable de mí.

Bajo su apariencia paradójica, estas confesiones son muy verdaderas. Un gran orgulloso sabe una cosa: aunque lo llenen de elogios, exalten, adulen, no se dirá todo de él. Es tan grande, tan excepcional, tan único que es preferible que no se diga nada de él aunque él mismo parezca modesto, antes que escuche grandes afirmaciones sólo porque es un gran hombre.

El Padre S.D., al lado de quien he vivido durante cierto tiempo, estaba muy consciente y orgulloso de su obra, de los cuatro volúmenes e filosofía que había publicado. Lo consideraba como un orgulloso sin igual. Hasta el día en que leí la confidencia de un gran sabio que había escrito una gran cantidad de estudios, que podrían llenar una biblioteca. Esto empezaba un poco así: “Soy un pobre investigador desafortunado…”Se podría decir mucho sobre nuestro sabio, excepto que era “un pobre investigador desafortunado””. Era famoso, considerado la más alta autoridad de su tiempo, tenía discípulos, era rico. Entonces, ¿por qué ésta modestia irritante, que no lograba convencer a nadie?

Se me podría contestar: los grandes hombres sueñan con crear una obra tan excepcional que lo que sus fuerzas les permiten hacer parece ser sólo algo lamentables y sin importancia. Admitimos que sea verdad (aunque yo dude: numerosos creadores que hablan de su “desafortunada persona” están en realidad convencidos de la grandeza de su obra, lo cual confiesan, a veces, en diarios íntimos o en cartas). Pero si esto fuese cierto, el orgullo de estos creadores me parecería espantoso, demiúrgico. Imagínense la opinión que tienen de su poder, de su genio, para que estas obras maestras que crearon les parezcan ser nada. Durante mucho tiempo, me gustó la leyenda según la cual Virgilio, en su lecho de muerte, había pedido que se destruyera La Eneida, una

“pobre obra no lograda”, una nada. Ahora entiendo qué orgullo extraordinario había detrás de la modestia de Virgilio: Si la Eneida era imperfecta, ¡entonces imagínense qué obra quería crear! Soñaba con ser un demiurgo. Tenía un concepto excepcional acerca de su genio. Pensaba poder hacer, poder crear una obra mil veces más bella que La Eneida…

¿Qué ingenuo me parece ahora el orgullo ruidosamente afirmado de Balzac, que creía –y era- un genio; que se decía el igual de Napoleón; que proclamaba que el mundo nunca podría olvidar el Padre Goriot! Balzac era por lo menos consciente de que su obra coincidía, aun imperfectamente, con su poder. No pensaba como Virgilio, que lo que había creado no era bueno, que su poder de creación hubiera podido ser mil veces mejor, que de todos modos, su “ideal” artístico era tan grandioso que tampoco él lo podía alcanzar…

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Cancionero Picot

La Técnica del Desprecio